domingo, 9 de noviembre de 2014

Cubículo

Hundido en un cubículo
de hierro mullido,
que me atrapa y me refugia,
que me da y me quita,
las palabras contadas
y los silencios cortados.
Hundido en el cubículo
que me aleja de la superficie del dolor
y me adentra en el mismo.
Hundido en el núcleo
de hierro fundido
y tan frío, tan frío.
Y tan lejos, tan lejos
de ti y del pasar de los días.
De los amaneceres en las pestañas
y en los alféizares.
Tan lejos de las palabras y las ideas
jamás pronunciadas.
Y tan dentro de ellas,
tan perdido entre las letras,
entre los grumos de tinta
y las circunvoluciones de ignorancia.
Tan lejos y tan cerca,
tan callado y tan gritando.
Hundido, atrapado, refugiado
en un cubículo de materia gris,
de rojo carnicería, de sábanas blancas
y calor que transpira el hielo.
Hundido en la contradicción más absoluta,
hundido, atrapado, refugiado en la vida.

domingo, 12 de octubre de 2014

Calles pisadas

Caminando por las calles pisadas,
por las calles mojadas por las huellas
calladas, silenciosas.
Calles pisadas por las miradas de los transeúntes
que se aventuraron más allá de las luces,
de las voces, de los cláxons,
del ir y venir, vaivén, flujo eléctrico.
Atravesaron las torres de cemento y metal,
las alcantarillas que llegaban hasta las rodillas,
los introvertidos, los amantes de las redondas,
calderón, puntos suspensivos...
Llegaron hasta donde las ventanas no eran fluorescentes,
donde la lluvia no se perdía entre la masa homogénea de plástico,
donde las bocas no eran estridentes megáfonos,
donde tu boca era solo prolongación de la mía.
Llegaron, llegamos, a donde los paladares hablaban telepáticamente
y en cada descanso, táctilmente.
Llegaron donde las papilas saltaban entre las pupilas
y bailaban suavemente al son dulce de la noche.
Llegaron a las bañeras de salsa de soja,
a las tinas de nieve caliente
en las que mojaron sus cuerpos templados
y se perdieron en los océanos del norte de sus sienes.
Callaron. Y sin embargo, se dijeron tantas cosas
entre tenedores y cuchillos, entre sus carnes y las ajenas,
entre sus ojos y sus manos.
Se dijeron tantas cosas en aquellas calles pisadas
y sin embargo, tan vírgenes, tan originales como olvidadas.
Se dijeron todas las cosas que se harían en la cama
cuando los búhos y las farolas no miraran.
Se dijeron todas las cosas que se harían en la calma,
los besos, los pasos que darían.
Se leyeron el futuro, el pasado y el presente en los ojos.
Se leyeron las ojeras y las pestañas cristalizadas,
se leyeron las palabras, los sabores en los labios.
En las calles despistadas, en las esquinas sin nombre,
en los gatos callejeros, en las tejas desgastadas,
en tu piel húmeda y cálida,
el silencio retumba y deshiela la miel de luna.
Las calles se descalzan de pies,
los pies se descalzan de pisadas.
Los transeúntes se quitan los trajes y
las farolas que se desnudan de acero
son hermosas cantantes de otro tiempo,
sirenas de adoquín.
Cantan sin despegar los labios
un precioso cánon de silencios.
Corremos con los ríos a la orilla de las aceras,
bajamos las calles, rendidos a la gravedad, 
fluimos, borboteamos, gargareamos,
bajamos, subimos, 
somos uno, somos un millón.
Despertaremos con la piel tibia
en alguna alcantarilla,
con el agua evaporándose en los pulmones
 y cascadas de silencio en los tímpanos.

lunes, 6 de octubre de 2014

Plantaciones

Trago astillas del dolor
incubado en el útero de asfalto.
Los trenes chapotean sangre
al atravesar las venas de metal. 
No es sangre roja, ni azul,
solo sangre gris, podrida, ponzoñosa.
Las calles han borrado las aceras
y han pintado balas de acero en ellas.
En las esquinas descansan las piernas olvidadas
por los maniquíes que las habitaban
y nievan esquirlas de cristal
sobre las azoteas de los témpanos de ardor.
Han plantado allí tomates sintéticos
y a tus hijos en sillas de oficina.
Han plantado tazas de café sin azúcar en sus mesas.
Han plantado sus mandamientos
en el aire enrarecido,
refrigerado por cientos de aparatos
construidos en las entrañas de la ciudad inmunda.
Han plantado humo en los campos
y tornillos en los parques.
Han plantado grasa en los cuerpos sin nombre
y el dolor en nuestras gargantas,
para que así no podamos gritar.
Padecemos las enfermedades que inventaron
y luego nos alimentamos de pastillas de placebo.
Han plantado guerras en los cielos
y billetes en los sesos.
Lo plantaron todo.
Y nada creció, más que el dolor,
esa punzada en el pecho,
ese retraimiento del cuerpo.
El dolor se expande como metástasis
y ahora todo duele.
Duele la ciudad.
Duele ser humano. Duele ser.
Duele.
¿Y quién plantó todo este dolor?
Fuimos nosotros los que cogimos las palas,
los que nos amputamos las piernas,
los que teñimos nuestra sangre como nuestro cabello.
Fuimos nosotros los que construimos las guillotinas,
los grilletes, las cuchillas que nos surcan los intestinos.
Fuimos nosotros los que aceptamos dolor por jarabe,
uniformidad por igualdad, materia por libertad,
guerra por paz, ilusión por realidad.
Lo que ahora germina no es más
que lo que todos plantamos en nuestros jardines,
en nuestros salones de televisiones planas.
Que crezca musgo en los sillones y en las lámparas,
que crezcan moscas en las entrañas.
Que traguemos todo este dolor inmundo,
que se retuerzan nuestros cuerpos.
Y cuando pase todo este vuelco del corazón,
este malestar inhumano,
que arrasemos los campos que cultivamos.
Y que plantemos todo lo que dijimos que plantaríamos,
y que crezcan los árboles sobre adoquines,
en los tejados, en las oficinas,
en los bares y en los teatros.
Que florezcan las pizarras de las escuelas
y las calles sean selvas.
Que volvamos a respirar,
que realicemos la fotosíntesis.
Que huelan a menta los besos
y a hierbabuena las sábanas.
Que huela a incienso la lluvia
y en cada vientre una rosa.
Plantemos el universo
en esta maceta,
que con tanto olor a mierda
ya me he olvidado
de a qué huele la risa.



lunes, 22 de septiembre de 2014

Materia negra

Lloran.
Lloran las mentes maltratadas.
Lloran en diluvio, lloran pensamientos
como balas
y los cuerpos (celestes) son cascadas
de sangre rosada, de olvido.
Lloran de hambre los cerebros
que se ahogan en el chirriar de los relojes,
lloran, como lloran los bebés por la madrugada,
no hay consuelo, ya es tarde.
El exceso de musgo en el norte de las sienes
ya mata a la mente que solloza.
¿Por qué lloraban los cerebros?
Nadie se lo preguntó,
porque solo ellos preguntan
y ya nadie escucha sus preguntas,
ya nadie escucha sus palabras.
El latir de las bombas
ha apagado sus monólogos.
Las iguanas de ceniza
se comen los sueños por las noches.
¿Dónde quedaron los filósofos?
Aquellos que alimentaban su alma
murieron de hambre sus cuerpos.
O los mataron, los mataron.
De pensar no se vive, les dijeron.
¿Pero quién vive sin cerebro?
La polillas de las calles
les atraviesan las sienes,
agujerean materia gris.
¡Carroñeros! ¡Carroñeros!
Los coprófagos salen de sus alcantarillas.
El banquete está servido.

sábado, 23 de agosto de 2014

Cielo abierto

Y las rosas que anidan en tu vientre
sangran los recuerdos de tu piel,
las huellas dactilares
que se acumularon en ella.
Y los pájaros de la mañana
trinan entre tus piernas
y ríos del alba discurren
por los meandros de tu cuerpo.
Y el calor reflejado por mil soles
me acaricia, me calienta,
hierve mi sudor.
Y como cien teteras al fuego,
tú te bebes mi sed,
me robas los témpanos
que amanecieron en mi paladar.
Y las mil rosas
que anidaron en tu ombligo,
florecen a la orilla de tu sexo.
Y se abren las puertas del cielo
y se forman cirros
en el vacío del silencio.
Y atraviesan mil claveles
las gargantas petrificadas por el tiempo
y me acarician los oídos
las esquirlas de tu cuello.
Y la avalancha que se cierne
sobre mi cuerpo,
tras tu eco,
me rompe, me quiebra
me dobla y me reconstruye.
Y tras esto solo queda una sonrisa
y tu cuerpo, dormido y despierto.
Y la hierba húmeda
que creció en primavera.
Me tumbo en la hierba,
me duermo en el cuerpo.
Y las gargantas se vuelven a romper,
las rosas y los claveles florecen,
los témpanos se derriten en paladares
y los ríos discurren por meandros,
los pájaros trinan
y los vientres sangran ecos,
allá arriba,
en el cielo abierto.



jueves, 14 de agosto de 2014

Extranjero

Extranjero.
Extranjero por las calles desiertas,
calles de aceite y miel.
Extranjero y la luna colgante
de un escenario de charol.
Extranjero a la orilla
de ríos de papel de plata,
extranjero entre patriotas
de la luz mortecina, enferma,
podrida, atravesada por mil gusanos,
como mil lanzas ensangrentadas
en el cuerpo del extranjero.
Como mil flechas que llueven
de cielos de metacrilato
sobre su cabello.
Y el extranjero mira a los mil gatos
que se pierden en las rotondas
y mira a las mil salamandras
que se enroscan en las farolas
y se pregunta:
¿Dónde quedaron los relojes de muñeca
y los mapas de papel?
¿Cuándo el tiempo comenzó
su juego a destiempo?
¿Cuándo los patriotas de la luz
se apropiaron de las horas?
¿Y los gatos de las calles, de los pasos,
de las sombras?
¿Cuándo los mapas olvidaron las coordenadas?
¿Cuándo las brújulas perdieron el norte?
¿Cuándo su pie no pisó más que tierra ajena?
¿Cuándo las agujas abandonaron los relojes
para dedicarse a la alquimia de las calles?
¿Y dónde?
¿Dónde quedó su tierra, su tiempo, su vida?
Extranjero en su espacio
y en su tiempo.
Extranjero que se hunde
en terreno vedado,
en coto de caza.
Extranjero en el hoy
que ahogó al ayer,
que ya nunca más será.
Extranjero, ¿dónde quedó tu tierra,
dónde quedó tu tiempo?
Mi tierra es la nada,
mi tiempo no es
y yo: yo no soy más que un extranjero
de mí mismo,
dijo el extranjero,
entre las mil lanzas ensangrentadas
que horadaron su reloj, su mapa,
su tierra, su tiempo, su yo.
Extranjero, extranjero.
Extranjero que no es,
ni fue, en ningún lugar.
Extranjero que no será,
me llama desde la nada.
¡Extranjero, extranjero!
El tiempo ya no tiene nombre.
Extranjero que nunca fue
camina por las calles de aceite y miel.

sábado, 12 de julio de 2014

Alma

Que me siento el alma,
bajo la piel de ateo,
que aunque no rece,
ni crea en fantasmas,
ni en cielos
ni infiernos, 
me siento el alma,
aquí, temblorosa,
oscilante, respirando
bajo los poros, 
bajo el sudor 
y las pieles muertas acumuladas
durante segundos o años,
durante besos o sueños.
Que aunque no crea en dioses,
sino en universos,
siento el alma de la existencia,
el alma de acero
de un millón de cuerdas vibrantes.
Me siento el alma
y te lo siento a ti
y a cada uno de nosotros,
y siento el alma en cada verso
y en cada pincelada
y en cada melodía
y en cada palabra
que el hombre ha creado.
Y siento el alma
de los amaneceres,
de nebulosas y supernovas,
orbitando en torno a la negrura,
y siento el alma que gravita
y que germina en cada satélite
y en cada esquina,
de la cadena que une el ayer, lejano
con el hoy, palpitante.
Y no creo en lo sagrado,
sino en la belleza,
la belleza inexplicable
de todas las cosas,
en su conjunto
y la belleza individual e intransferible
de cada una.
Y no creo en el nirvana,
sino en esta búsqueda incesante
del alma,
medio y fin de la vida.
Y es que, como todos,
necesito algo más profundo
que palabras y números,
algo que me raje la piel
y los órganos internos,
algo que no seré capaz
de encerrar en un verso,
nunca, nunca.
Haz una autopsia a la luz
y enséñame el alma del universo,
o la tuya, pero en silencio.
Esto es más profundo que las palabras.

viernes, 4 de julio de 2014

Saber

Que no sé, 
de qué me sirve saber,
si no me sabe a nada. 
Que no sé, 
tantas fechas, 
tantos datos,
tantos recuerdos,
almacenados y etiquetados,
analizados y desprovistos 
de toda vida y sentido,
de qué me sirve saber.
Que no sé,
de qué me sirve recordar
tu nombre y apellidos,
el color de tus ojos
o tu historia.
Si tu nombre no es más que palabras 
y ni siquiera tus ojos
se muestran nítidos en mi mente.
Si tu historia no es más
que la imagen que yo construí
de ti. 
No, no valen de nada 
las etiquetas ni los códigos de barra.
Solo sabe lo que no sabías.
Solo huele el olor a sábanas nuevas,
solo saben a adrenalina los labios
y tu nombre solo te llama la primera vez.
Solo el primer paso deja huella en la luna
y la melodía de un piano en tu mente.
De qué sirve saber si nunca supiste 
a qué sabía el oxígeno de tu primer aliento.
Si aprendiste a aprender solo para saber,
si no aprendiste el sabor del aprender,
en aquella primera bocanada, 
empezaste a perder el gusto.
Que ya nada te sabe,
que ya ni la miel es dulce,
ni amarga la ginebra,
y los besos insípidos
en los que hundiste tu lengua,
te ahogan periódicamente,
te matan a cada día, a cada instante.
Que no sé,
que no sé, 
que no he aprendido nada
más que a no saber.
Que no sé,
que quisiera volver a aquel instante
e inspirar por primera vez
el saber,
el sabor de un universo en blanco,
donde todo huele a nuevo,
donde nada tiene nombre 
y el lenguaje no es necesario.
Ese, ese momento,
es en el que sabes todo,
porque todo sabe al miedo 
de lanzarse a lo incógnito.
De qué sirve saber sin miedo,
saber sin vacío,
saber.
Que ya nada sabe, que ya nada sé.

domingo, 22 de junio de 2014

Sueño de yonki

Que tengo sueño.
Sueño en las pestañas y en la piel.
Sueño que cuelga de los ojos (en las ojeras) y de las orejas.
Sueños de resaca, o resaca de sueños.
La boca seca y la sed de ensueño.
Que vivo entre brumas y ni trato de explicarlo.
Que un día quiero más y otro día quiero menos.
Que un día quiero palabras y otro solo silencio.
Que estoy escribiendo por atrapar algo,
un verso, un sueño, una neurona salvaje,
un recuerdo, un eco,
eco de lo que he vivido o de lo que no.
Eco de lo que queda por vivir,
eco que viaja hacia atrás,
de la locomotora al último vagón
como el humo que se diluye en el aire.
Eco del vacío que a veces siento,
cuando quiero palabras y solo hay silencio,
o cuando quiero más y solo hay menos.
Eco de la risa encharcada en una garganta de fuego,
de todas las gargantas trasnochadas
en algunos bares de Argüelles.
Eco de la vida que imaginamos,
la vida que se esconde debajo de las sábanas,
o de las pieles,
la vida que tiembla armónicamente bajo los objetos.
La vida que se expande en las proximidades de una estrella,
o entre cadenas del ácido desoxirribonucleico
que un yonki se dejo olvidadas en la barra de un bar.
La vida que vibra como la cuerda de un violín,
como una máquina de movimiento perpetuo,
bajo el misterio del universo, de la vida, de todo.
Que no sé lo que digo, porque tengo sueño,
pero el ácido que olvidó una noche de verano
(digamos, por ejemplo, ya que por aquel entonces,
ni siquiera existía el tiempo),
aquel yonki,
aquel al que llamamos Dios,
me quema los párpados y no quiero dormir,
sino solo soñar.
Que dirás que confundo la vida con el universo,
pero qué más da, aquel ácido en la barra,
pudo ser igualmente el espacio y el tiempo.
El yonki, sentado en el taburete del bar,
pensó que ya era hora de fluctuar,
y vomitó un universo,
como podría haberse vomitado a sí mismo.
Pero no hablábamos de eso,
te decía, que aunque tenga sueño,
todavía escucho el eco,
las ondas de la radio de aquel bar, de fondo.
Y que aún escucho, cuando te miro a los ojos,
sí, a ti, al que está leyendo esto,
esa vibración vital,
ese acorde armónico de toda la materia.
Y pienso: joder, qué sueño tengo,
y sin embargo, cuánta vida, cuánta belleza,
cuánto misterio y todo, todo por culpa,
de aquel borracho que un día bebió de más
en un bar del hiperespacio.
Así que: bebamos de más,
vivamos de más.
Quizás aún guardamos algo más
que sueño en los cerebros:
universos en los estómagos
y el ácido en las venas.
Bebamos de más:
vomitemos.
Vivamos de más:
sangremos.

lunes, 2 de junio de 2014

Belleza

En las entrañas de la ciudad, en los sótanos, en lo invisible que se mueve bajo nuestros pies, hay un universo. Los habitantes del gueto, como hormigas, han construido sus hormigueros. En ellos, la belleza está tan arraigada como la fealdad. La belleza y la fealdad se disputan el monopolio de las cosas y a veces una se encuentra encerrada en el interior de la otra. En la pobreza, en la miseria, en la enfermedad, que todo lo tiñe de amarillo, de gris, de negro, se encuentra la belleza misma, arraigada en el alma del hombre. Bajo los adoquines de esta ciudad, los hombres no están alienados. Los hombres cantan, los hombres ríen, los hombres aman, los hombres lloran, los hombres disfrutan del sexo, del arte, los hombres crean y destruyen. En los sótanos excavados con cucharillas del té robadas de los hoteles de alta gama, se expresa, en su máxima gloria, la libertad del hombre. Aquí viven los poetas de la bohemia y en sus pieles, en las paredes del hormiguero, tatuadas en absenta las palabras belleza, amor, libertad. Aquí viven las prostitutas que no tienen que vender su cuerpo al servicio del capital, aquí no se vende carne, porque esto no es una carnicería. Aquí viven los vanguardistas, entre toneladas de pestañas de elefantes cúbicos y cantan sinfonías compuestas por orangutanes en días de fiesta y renglón. Aquí se trajeron a los borrachos que merendaban muerte en las esquinas de manzanas icosaédricas podridas y ahora les dan de beber jarabes de libertad, y la fructosa, que baja por sus gargantas quemadas por la ginebra, despierta sus neuronas del coma metílico y metálico de oro y papel divino. Aquí hay adolescentes que están deseando contar su historia y graban con cámaras invisibles las sábanas de las camas maltratadas por el sexo de mujeres lujuriosas. Aquí gritan las rosas de los orgasmos y graznan los patos que friegan los suelos empapados de vida. Aquí viven los neandertales en cuevas improvisadas por arquitectos autodidactas y cazan mamuts en frigoríficos llenos de agua en botellas de Cocacola. Aquí viven bacterias cultivadas en campos de carmín por apicultores ansiosos de miel y belleza. Aquí viven monjas sin hábitos, que perdieron la fe en un dios que no creía en la vida y ahora disfrutan al contemplar los cuerpos de los y las neandertales, mientras realizan retratos impresionistas al lado de sus pinturas rupestres. Aquí vive el superhombre, aquí viven los niños que a nivel del mar están enterrando, que nunca nacieron, que abortaron antes de ser fecundados. Aquí viven las lombrices y los topos de la existencia, aquí vive la fertilidad de los campos que cubren con adoquines. Aquí vive el estado primario del hombre, aquí, aquí, aquí está el verdadero universo, aquí la verdadera vida, aquí la verdadera belleza y no en la enferma estética de las torres de la ciudad y no en las pieles nacaradas de sus habitantes. La belleza última, la que no se puede arrebatar, la belleza necesaria e incondicional, está bajo tierra pero está viva. Sobre el suelo todo está podrido, todo es contingente, todo morirá y nada, nada a su paso quedará más que el signo de la destrucción, más que la fealdad arraigada inevitablemente en el alma de la sociedad. Hay, entonces, una diferencia clara, entre las madrigueras y los rascacielos de la ciudad: en los primeros, la belleza está envuelta en las pieles enfermas, leprosas, amarillentas, de la fealdad; en los segundos, la fealdad está cubierta en los muros pulidos de la belleza. Una manzana podrida aparentemente apetitosa o una manzana aparentemente podrida pero apetitosa. Es, el hombre materialista, el que juzga por la superficie, por la piel; el artista, el que ve más allá de las paredes, el que ve más allá de los ojos. Y es la belleza expuesta banal, vulgar, efímera, dependiente de modas, mientras que la belleza oculta, es la que perdura, la que no marchita ni caduca, la belleza perenne e incorruptible. Y en los túneles, retumba el eco de la belleza necesaria, que ondea el vello en el lomo de los conejos blancos.
   

miércoles, 28 de mayo de 2014

El silencio de la luz

Silencio. En mi habitación los bulbos voltaicos detienen la fotosíntesis y las mitocondrias electromagnéticas ya no respiran. El mosquito de wolframio ya no emite su zumbido y la luz calla con el último relámpago de los párpados al cerrarse. Las pupilas se dilatan bajo el soplete de una caricia, las pupilas: cuerpos negros al rojo. Una tenia se arrastra por las paredes tragándose las sombras y los reflejos, la tenia que vomita la nada, el silencio. La tenia es una lámpara de luz negra que va dejando su rastro, su estela ultravioleta sobre nuestras pieles. Bailan sonrisas de flúor y alientos con sabor a menta, excitados electrones y fotones de alta energía, sobre mi ombligo. Y el aire, electrificado por la última tormenta, arrastra besos de neón, volátiles, como pompas de jabón. Tu cuerpo apresa el mío y de mis huellas dactilares, que memorizaron las palabras de la luz, saltan chispas que hacen arder tu piel de polipropileno.

Y arde, arden los bulbos y las mitocondrias entre cromatina y clorofila. Arden las alas y la trompa del mosquito y huele a mina. Arden las pupilas en la forja y los párpados y las pestañas y huele a lluvia. Arde la tenia y arde la estela y huele a tequila. Arde el flúor en las encías y huele a menta y huele a ti. Arden los electrones y los fotones y huele a goma. Arde el neón y huele a noche. Arde el jabón y huele a guerra. Arde. Arde la luz en el silencio.

Arde tu piel en la mía, arde tu boca en la mía y yo sigo teniendo frío. Dame relámpago, dame soplete, dame estela, dame energía, dame tormenta, dame chispa. Dame mina, lluvia, tequila, goma, noche, guerra. Dame. Y grita. Grita y calla al silencio, grita y sé fotosíntesis, sé mitocondria. Grita y enciende el wolframio. Grita y abre los párpados, grita y sé tormenta. Grita y sé pólvora y magnesio. Grítame al oído y a los ojos. Grita, porque quiero verte. Quiero verte, a ti, ni ultravioleta ni infrarroja, quiero verte. Quiero que ya no te calles, porque ya no aguanto esta noche, ya no aguanto el silencio. Así que arde, grita, dame. Y devolvamos a la luz sus palabras. Y vivamos en sus cuerdas vocales y respiremos, pero solo por el día.

Seamos luz sin serlo

Eres serpiente, a veces esquiva y a veces deseosa de inyectarme tu delicioso veneno. Ven y envenéname, haz que se me pare el corazón, atrápame entre tus escamas y susúrrame mentiras. Mi cuerpo quedará paralizado, mis labios petrificados en una sonrisa sincera, de amante que morirá amando y por amar. Mis venas inundadas de tu ponzoña y morfina, mi cuerpo, como tu lengua, bifurcado entre el dolor y el placer, entre el infierno y el paraíso, el limbo y el universo. Y tu fría piel contra mi piel, me abraza y me roba el calor, yo me evaporo, me disuelvo como el veneno en mi cuerpo. Me creas y me destruyes, eres mi big bang, mi big crunch vestida en ese cuerpo seseante, pero eres tú.

Eres humana. Por mucho que te escondas en pieles de reptil, que bañes tus ojos en vidrio y tu corazón en hueso, tu sangre es tan roja como la mía, hoy de azabache, ayer solía serlo. Sé que sientes y padeces, que envenenas tus sonrisas con lágrimas cuando nadie te mira, que quieres olvidar a base de ginebra o de nuevo dolor. Sé que buscas la salvación en amaneceres tardíos, en las líneas blancas sobre el asfalto, en las simas del chocolate, en los versos descubiertos por los ojos a la luz de una lámpara, en las nubes y el viento, en todo lo que tenga suficiente voz para gritarte que la vida es bella. Crees que ningún cuerpo te podrá convencer de ello, que las almas unidas siempre acaban rotas, tienes miedo.

Sé tú, no seas serpiente, no seas humana, no seas nada que se pueda nombrar. No seas recuerdos, no seas carne y hueso, no seas una máquina con fecha de caducidad. No seas hija de nadie ni de nada, no seas química ni estética, no seas palabras ni silencios, no seas producto de mi pensamiento, no seas materia, no seas tangible. Todo eso te está matando. Sé eterna y hazme sentir eterno. Seamos luz sin serlo, llenemos el universo sin que nadie sepa que existimos, seamos más viejos que el big bang y vivamos el big crunch. Seamos todo lo que nadie fue, seamos lo imposible. Seamos más allá de la lógica y de la vida, seamos. Seamos lo que somos, lo que siempre fuimos y lo que siempre seremos. Sin pieles ni cuerpos que son cárceles, sin límites.  Seamos eternos.