sábado, 23 de agosto de 2014

Cielo abierto

Y las rosas que anidan en tu vientre
sangran los recuerdos de tu piel,
las huellas dactilares
que se acumularon en ella.
Y los pájaros de la mañana
trinan entre tus piernas
y ríos del alba discurren
por los meandros de tu cuerpo.
Y el calor reflejado por mil soles
me acaricia, me calienta,
hierve mi sudor.
Y como cien teteras al fuego,
tú te bebes mi sed,
me robas los témpanos
que amanecieron en mi paladar.
Y las mil rosas
que anidaron en tu ombligo,
florecen a la orilla de tu sexo.
Y se abren las puertas del cielo
y se forman cirros
en el vacío del silencio.
Y atraviesan mil claveles
las gargantas petrificadas por el tiempo
y me acarician los oídos
las esquirlas de tu cuello.
Y la avalancha que se cierne
sobre mi cuerpo,
tras tu eco,
me rompe, me quiebra
me dobla y me reconstruye.
Y tras esto solo queda una sonrisa
y tu cuerpo, dormido y despierto.
Y la hierba húmeda
que creció en primavera.
Me tumbo en la hierba,
me duermo en el cuerpo.
Y las gargantas se vuelven a romper,
las rosas y los claveles florecen,
los témpanos se derriten en paladares
y los ríos discurren por meandros,
los pájaros trinan
y los vientres sangran ecos,
allá arriba,
en el cielo abierto.



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