domingo, 12 de octubre de 2014

Calles pisadas

Caminando por las calles pisadas,
por las calles mojadas por las huellas
calladas, silenciosas.
Calles pisadas por las miradas de los transeúntes
que se aventuraron más allá de las luces,
de las voces, de los cláxons,
del ir y venir, vaivén, flujo eléctrico.
Atravesaron las torres de cemento y metal,
las alcantarillas que llegaban hasta las rodillas,
los introvertidos, los amantes de las redondas,
calderón, puntos suspensivos...
Llegaron hasta donde las ventanas no eran fluorescentes,
donde la lluvia no se perdía entre la masa homogénea de plástico,
donde las bocas no eran estridentes megáfonos,
donde tu boca era solo prolongación de la mía.
Llegaron, llegamos, a donde los paladares hablaban telepáticamente
y en cada descanso, táctilmente.
Llegaron donde las papilas saltaban entre las pupilas
y bailaban suavemente al son dulce de la noche.
Llegaron a las bañeras de salsa de soja,
a las tinas de nieve caliente
en las que mojaron sus cuerpos templados
y se perdieron en los océanos del norte de sus sienes.
Callaron. Y sin embargo, se dijeron tantas cosas
entre tenedores y cuchillos, entre sus carnes y las ajenas,
entre sus ojos y sus manos.
Se dijeron tantas cosas en aquellas calles pisadas
y sin embargo, tan vírgenes, tan originales como olvidadas.
Se dijeron todas las cosas que se harían en la cama
cuando los búhos y las farolas no miraran.
Se dijeron todas las cosas que se harían en la calma,
los besos, los pasos que darían.
Se leyeron el futuro, el pasado y el presente en los ojos.
Se leyeron las ojeras y las pestañas cristalizadas,
se leyeron las palabras, los sabores en los labios.
En las calles despistadas, en las esquinas sin nombre,
en los gatos callejeros, en las tejas desgastadas,
en tu piel húmeda y cálida,
el silencio retumba y deshiela la miel de luna.
Las calles se descalzan de pies,
los pies se descalzan de pisadas.
Los transeúntes se quitan los trajes y
las farolas que se desnudan de acero
son hermosas cantantes de otro tiempo,
sirenas de adoquín.
Cantan sin despegar los labios
un precioso cánon de silencios.
Corremos con los ríos a la orilla de las aceras,
bajamos las calles, rendidos a la gravedad, 
fluimos, borboteamos, gargareamos,
bajamos, subimos, 
somos uno, somos un millón.
Despertaremos con la piel tibia
en alguna alcantarilla,
con el agua evaporándose en los pulmones
 y cascadas de silencio en los tímpanos.

lunes, 6 de octubre de 2014

Plantaciones

Trago astillas del dolor
incubado en el útero de asfalto.
Los trenes chapotean sangre
al atravesar las venas de metal. 
No es sangre roja, ni azul,
solo sangre gris, podrida, ponzoñosa.
Las calles han borrado las aceras
y han pintado balas de acero en ellas.
En las esquinas descansan las piernas olvidadas
por los maniquíes que las habitaban
y nievan esquirlas de cristal
sobre las azoteas de los témpanos de ardor.
Han plantado allí tomates sintéticos
y a tus hijos en sillas de oficina.
Han plantado tazas de café sin azúcar en sus mesas.
Han plantado sus mandamientos
en el aire enrarecido,
refrigerado por cientos de aparatos
construidos en las entrañas de la ciudad inmunda.
Han plantado humo en los campos
y tornillos en los parques.
Han plantado grasa en los cuerpos sin nombre
y el dolor en nuestras gargantas,
para que así no podamos gritar.
Padecemos las enfermedades que inventaron
y luego nos alimentamos de pastillas de placebo.
Han plantado guerras en los cielos
y billetes en los sesos.
Lo plantaron todo.
Y nada creció, más que el dolor,
esa punzada en el pecho,
ese retraimiento del cuerpo.
El dolor se expande como metástasis
y ahora todo duele.
Duele la ciudad.
Duele ser humano. Duele ser.
Duele.
¿Y quién plantó todo este dolor?
Fuimos nosotros los que cogimos las palas,
los que nos amputamos las piernas,
los que teñimos nuestra sangre como nuestro cabello.
Fuimos nosotros los que construimos las guillotinas,
los grilletes, las cuchillas que nos surcan los intestinos.
Fuimos nosotros los que aceptamos dolor por jarabe,
uniformidad por igualdad, materia por libertad,
guerra por paz, ilusión por realidad.
Lo que ahora germina no es más
que lo que todos plantamos en nuestros jardines,
en nuestros salones de televisiones planas.
Que crezca musgo en los sillones y en las lámparas,
que crezcan moscas en las entrañas.
Que traguemos todo este dolor inmundo,
que se retuerzan nuestros cuerpos.
Y cuando pase todo este vuelco del corazón,
este malestar inhumano,
que arrasemos los campos que cultivamos.
Y que plantemos todo lo que dijimos que plantaríamos,
y que crezcan los árboles sobre adoquines,
en los tejados, en las oficinas,
en los bares y en los teatros.
Que florezcan las pizarras de las escuelas
y las calles sean selvas.
Que volvamos a respirar,
que realicemos la fotosíntesis.
Que huelan a menta los besos
y a hierbabuena las sábanas.
Que huela a incienso la lluvia
y en cada vientre una rosa.
Plantemos el universo
en esta maceta,
que con tanto olor a mierda
ya me he olvidado
de a qué huele la risa.