lunes, 6 de octubre de 2014

Plantaciones

Trago astillas del dolor
incubado en el útero de asfalto.
Los trenes chapotean sangre
al atravesar las venas de metal. 
No es sangre roja, ni azul,
solo sangre gris, podrida, ponzoñosa.
Las calles han borrado las aceras
y han pintado balas de acero en ellas.
En las esquinas descansan las piernas olvidadas
por los maniquíes que las habitaban
y nievan esquirlas de cristal
sobre las azoteas de los témpanos de ardor.
Han plantado allí tomates sintéticos
y a tus hijos en sillas de oficina.
Han plantado tazas de café sin azúcar en sus mesas.
Han plantado sus mandamientos
en el aire enrarecido,
refrigerado por cientos de aparatos
construidos en las entrañas de la ciudad inmunda.
Han plantado humo en los campos
y tornillos en los parques.
Han plantado grasa en los cuerpos sin nombre
y el dolor en nuestras gargantas,
para que así no podamos gritar.
Padecemos las enfermedades que inventaron
y luego nos alimentamos de pastillas de placebo.
Han plantado guerras en los cielos
y billetes en los sesos.
Lo plantaron todo.
Y nada creció, más que el dolor,
esa punzada en el pecho,
ese retraimiento del cuerpo.
El dolor se expande como metástasis
y ahora todo duele.
Duele la ciudad.
Duele ser humano. Duele ser.
Duele.
¿Y quién plantó todo este dolor?
Fuimos nosotros los que cogimos las palas,
los que nos amputamos las piernas,
los que teñimos nuestra sangre como nuestro cabello.
Fuimos nosotros los que construimos las guillotinas,
los grilletes, las cuchillas que nos surcan los intestinos.
Fuimos nosotros los que aceptamos dolor por jarabe,
uniformidad por igualdad, materia por libertad,
guerra por paz, ilusión por realidad.
Lo que ahora germina no es más
que lo que todos plantamos en nuestros jardines,
en nuestros salones de televisiones planas.
Que crezca musgo en los sillones y en las lámparas,
que crezcan moscas en las entrañas.
Que traguemos todo este dolor inmundo,
que se retuerzan nuestros cuerpos.
Y cuando pase todo este vuelco del corazón,
este malestar inhumano,
que arrasemos los campos que cultivamos.
Y que plantemos todo lo que dijimos que plantaríamos,
y que crezcan los árboles sobre adoquines,
en los tejados, en las oficinas,
en los bares y en los teatros.
Que florezcan las pizarras de las escuelas
y las calles sean selvas.
Que volvamos a respirar,
que realicemos la fotosíntesis.
Que huelan a menta los besos
y a hierbabuena las sábanas.
Que huela a incienso la lluvia
y en cada vientre una rosa.
Plantemos el universo
en esta maceta,
que con tanto olor a mierda
ya me he olvidado
de a qué huele la risa.



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