viernes, 4 de julio de 2014

Saber

Que no sé, 
de qué me sirve saber,
si no me sabe a nada. 
Que no sé, 
tantas fechas, 
tantos datos,
tantos recuerdos,
almacenados y etiquetados,
analizados y desprovistos 
de toda vida y sentido,
de qué me sirve saber.
Que no sé,
de qué me sirve recordar
tu nombre y apellidos,
el color de tus ojos
o tu historia.
Si tu nombre no es más que palabras 
y ni siquiera tus ojos
se muestran nítidos en mi mente.
Si tu historia no es más
que la imagen que yo construí
de ti. 
No, no valen de nada 
las etiquetas ni los códigos de barra.
Solo sabe lo que no sabías.
Solo huele el olor a sábanas nuevas,
solo saben a adrenalina los labios
y tu nombre solo te llama la primera vez.
Solo el primer paso deja huella en la luna
y la melodía de un piano en tu mente.
De qué sirve saber si nunca supiste 
a qué sabía el oxígeno de tu primer aliento.
Si aprendiste a aprender solo para saber,
si no aprendiste el sabor del aprender,
en aquella primera bocanada, 
empezaste a perder el gusto.
Que ya nada te sabe,
que ya ni la miel es dulce,
ni amarga la ginebra,
y los besos insípidos
en los que hundiste tu lengua,
te ahogan periódicamente,
te matan a cada día, a cada instante.
Que no sé,
que no sé, 
que no he aprendido nada
más que a no saber.
Que no sé,
que quisiera volver a aquel instante
e inspirar por primera vez
el saber,
el sabor de un universo en blanco,
donde todo huele a nuevo,
donde nada tiene nombre 
y el lenguaje no es necesario.
Ese, ese momento,
es en el que sabes todo,
porque todo sabe al miedo 
de lanzarse a lo incógnito.
De qué sirve saber sin miedo,
saber sin vacío,
saber.
Que ya nada sabe, que ya nada sé.

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