sábado, 12 de julio de 2014

Alma

Que me siento el alma,
bajo la piel de ateo,
que aunque no rece,
ni crea en fantasmas,
ni en cielos
ni infiernos, 
me siento el alma,
aquí, temblorosa,
oscilante, respirando
bajo los poros, 
bajo el sudor 
y las pieles muertas acumuladas
durante segundos o años,
durante besos o sueños.
Que aunque no crea en dioses,
sino en universos,
siento el alma de la existencia,
el alma de acero
de un millón de cuerdas vibrantes.
Me siento el alma
y te lo siento a ti
y a cada uno de nosotros,
y siento el alma en cada verso
y en cada pincelada
y en cada melodía
y en cada palabra
que el hombre ha creado.
Y siento el alma
de los amaneceres,
de nebulosas y supernovas,
orbitando en torno a la negrura,
y siento el alma que gravita
y que germina en cada satélite
y en cada esquina,
de la cadena que une el ayer, lejano
con el hoy, palpitante.
Y no creo en lo sagrado,
sino en la belleza,
la belleza inexplicable
de todas las cosas,
en su conjunto
y la belleza individual e intransferible
de cada una.
Y no creo en el nirvana,
sino en esta búsqueda incesante
del alma,
medio y fin de la vida.
Y es que, como todos,
necesito algo más profundo
que palabras y números,
algo que me raje la piel
y los órganos internos,
algo que no seré capaz
de encerrar en un verso,
nunca, nunca.
Haz una autopsia a la luz
y enséñame el alma del universo,
o la tuya, pero en silencio.
Esto es más profundo que las palabras.

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