martes, 2 de junio de 2015

Reautodestrucción (Diario de un pseudoartista)

Son las doce de la noche. Las doce. De la noche. Sí, son las doce de la noche y ella está calzándose las botas negras hasta la rodilla, sobre unos leggins…

Yo aquí, ingenuo, un 29 de mayo de 2015, pensando que puedo escribir sobre la movida, sobre un tiempo que no he vivido, pensando que todo tiempo pasado fue mejor y muerte al capitalismo y fuck the patriarchy. Fuck los días que pasan confusamente y que me llenan de putas dudas, las putas dudas que me dan la vida y me la quitan, un catéter y una sonda, goteando, goteando y mi cuerpo penado de muerte. Joder. ¿Qué coño soy?

Me creo artista y escribo sobre artistas, una y otra vez, perdidos en la gran ciudad, haciendo sus vidas por el día, deshaciéndolas por las noches. Artistas frente al espejo, artistas rompiendo el espejo. Cada fragmento representa una visión, una imagen, una perspectiva. Un espejo roto nos refleja mejor, eso decía, y viva Picasso. Y viva Picasso y su puto espejo roto y sus rostros en varias perspectivas. Viva Picasso porque ha sabido retratarnos, por fin. Me miro en el puto espejo diciendo que la identidad es una hiperesfera a la que solo podemos representar en infinitas proyecciones.

Me miro, me miro en el espejo pensando que la imagen es una cárcel de la esencia. Me miro pensando que soy un filósofo. Me miro leyendo a Deleuze y Guattari hace unos minutos y me río de mí mismo. Y quiebro el espejo, porque claro, soy un artista. Y eso es lo que hacen los artistas. Destruirse para luego reconstruirse con otros materiales.

Pero en el fondo son los mismos. Los mismos materiales, las mismas estructuras, los mismos espejos. Tú, reflejado en espejos enfrentados. Proyectado infinitamente. Cada vez más verde y lejano, cada vez más pequeño, cada vez más imperceptible.

Te sientes abrumado. Te sientes abrumado por tu propio ego, por tu ego dañado por esa pequeñez del fondo del espejo. Qué pequeño eres en el fondo del espejo, joder. Y te sientes atrapado por el gigante, por la imagen nítida, por tu yo oficial, tu yo 24/7/toda la vida. Te sientes atrapado por tu propia imagen, tu propio cuerpo, tu propia tangibilidad, tu materia, tus putos quarks bailantes. El peso y la gravedad. Siempre es eso.

Me pongo freudiano y digo que tenemos un trauma. Tenemos un trauma de nacer. Tenemos un trauma de salir de la vagina y simplemente existir. ¡Qué a gusto se estaba en el líquido amniótico! Tenemos un trauma y buscamos esa puta vagina de nuevo. Viva la vagina.

Tonterías de pseudoartista, ya ves. Pseudofilósofo, pseudocientífico, pseudopersona. Soy un pseudohumano megalómano onanista. Soy un homúnculo embriónico. Soy un gilipollas en busca de palabras opulentas y pretenciosas.

Y rompo el espejo. Rompo el espejo con la frente. Una y otra vez.

El espejo se diluye, pero yo estoy otra vez en esa cola, o quizás sentado en el horizonte, o en una red. Estoy caminando por la gran ciudad y me siento pseudomédico y me autodiagnostico síndrome de Stendhal. Viva la belleza. A veces hay tanta belleza en el mundo que creo que no lo aguanto y que mi corazón se derrumba. Ja. Y una bolsa bailando con el aire, cargado de electricidad, qué bonita ella.

Qué bonito el mundo, qué bonito yo, qué bonito el conocimiento. Muero de intoxicación de belleza y otras causas desconocidas. Muero y rompo el espejo y mato al artista y mato la conciencia en mí. Y ahora camino por la calle, lobotomizado, y no pienso nada y aplaudo, aplaudo a todo. Aplaudo a los escaparates y a las pantallas y a las luces y al líder, el líder. Viva el líder. Y dichoso el árbol que es apenas sensitivo. Viva el árbol.

La autodestrucción, ¿es eso lo que queda? Autoperfeccionamiento es masturbación, pero la autodestrucción… Dichosa autodestrucción. Quebrar el espejo y dejarme en fragmentos, dejarme diluir y no seguir en la cola, ni en ningún sitio. Prohibido reconstruir. Bombardear la ciudad. Y que suene una canción de fondo, esa de los Pixies, porque los requiem son demasiado fúnebres.

Mueran, uno por uno: Picasso, la vagina, la belleza, el líder, el árbol. Muera cada una de las palabras de este texto. No lloréis por mí, yo ya estoy muerto.

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