viernes, 29 de mayo de 2015

Hormigas

Respuesta a Belleza

Hormigas.

La ciudad ha cambiado desde la última vez que la visité. Se ha transformado, paulatinamente, mientras no miraba. Se ha transformado el paisaje, las calles, pero sobre todo, sus habitantes: las hormigas.

Aquellas hormigas, sin nombre, que atraviesan el laberinto urbano, que nadan en las alcantarillas y en las boinas de humo. Se reproducen, se multiplican, crean, destruyen, entrelazan. No tengo ni idea de cuándo nacieron. Quizás no lo hicieron. El concepto hormiga es eterno, más, aún, trasciende la eternidad. La hormiguez estaba ahí antes de que estuvieran las hormigas.

¿Qué es la hormiguez? La hormiguez es la cualidad de ser hormiga dentro de una red de hormigas. La hormiguez, es la red misma, esa red que se extiende sobre las azoteas o los horizontes. La hormiguez es la vista aérea de la ciudad.


Ella es una hormiga. Ella se levanta cada día y se mira al espejo para cerciorarse de que su hormiguez sigue ahí. A veces se le olvida, o trata de olvidarlo. A veces, no se siente hormiga. A veces, simplemente, se siente desidia.

Ella se maquilla e intenta ocultar que hace meses que es otra cosa. Que su piel está mutando en piel de sapo, o de gallina o yo qué sé.

Ella es una outsider. Vive en una frontera, pero nunca supo de qué. ¿Qué hay al otro lado? La ciudad, bombea a cada instante y en cada pulso se expande impredecible.

Ella, sentada en un horizonte con un espejito en la mano, esperando a cada latido, observando cómo su rostro se transforma.

Ella va al supermercado y compra comida de hormiga, la que tenga menos calorías. Le dice ‘hola’ a la cajera y se maquilla.

Ella fue artista. Lo fue. Ella expuso en las más famosas galerías. Sí, esa que está al lado del río. La del nombre impronunciable. Esa. Ahí estaban sus cuadros.

Allí. En una esquina, en un cuadrante, un píxel de la red, poro de piel de hormiga (¿acaso las hormigas tienen poros?). Allí estaban. Algunas hormigas los observaron. Después, siguieron con sus vidas.

Ella lo mira y se maquilla. Es suyo. Y sin embargo, qué indiferencia le produce. Quizás sea este proceso de deshormiguización. Qué colores tan tristes. Qué rostros tan vacíos. Qué ruido de fondo de excavadoras en ese cuadro. Y cómo pesa el bolso.

Ella saca el espejo. La piel cetrina, la piel cetrina. Se acerca al lienzo, aquel autorretrato, y lo maquilla. Pero ahí sigue. Ella esperando en la cola del supermercado. Ella diciéndole “hola” a la dependienta. Ella y su cara de indiferencia. Cómo le pesa la cara.

Ella, rajando el lienzo con sus garras y arrojando los restos al váter. Mira a la superficie elíptica de agua, cuando por fin se calma. Después, se tumba en ella. Hace el muerto y se queda mirando el techo de neón.

Esta es la posición inversa a la hormiguez. Es como una posición fetal, que permite observar la red desde su exterior. Tumbarse en el agua del váter y dejar pasar las horas, las hormigas.

Un espejito se diluye, pero ella está otra vez en esa cola, o quizás sentada en el horizonte, o en una red.

Y ella, en la azotea. Las hormigas hormiguean por su pierna. Las hormigas hormiguean por mi mente. Hace sol. Hace neón en el baño de la galería de nombre impronunciable. Hace horizonte en la frontera de la hormiguez.

Ella se mira al espejo y dice ‘hola’ a la cajera. La cajera le contesta y el flujo de hormigas continúa.

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