viernes, 13 de mayo de 2016

Penélope

A Penélope
siempre
le dijeron
lo guapa que era
y que se sintiera
afortunada
por gustar a los hombres
y ella
piensa
que está maldita
y solo quiere
que la dejen en paz,
con su copa en la mano
y su boca más que pendiente
de decir "No, gracias".
Ya terminaron los tiempos
de complacerles
para que después se fueran
y de comerse entre ellas
para acabar con el menos malo.
Ya no atiende a sus razones,
a sus intentos de impresionarla,
bebe un sorbo de su copa y les dice:
"Lo siento, tengo novio"
y entonces es como un clic,
solo entonces respetan
que no quiera nada con ellos
y se van con el autoestima intacta.
Y ella puede seguir bebiendo
de su copa
hasta el próximo número.

Pero
a veces
trabaja de noche
y vuelve casi al alba
caminando
y siente pares de ojos,
a veces impares,
clavados en su nuca,
pero no sabe
dónde se esconden,
abre el bolso,
en una mano las llaves,
una sobresaliendo
entre sus nudillos,
y los músculos tensos
de adrenalina,
en la otra el móvil,
se lo lleva a la oreja
y finge que habla
con su novio,
ya estoy llegando,
cariño,
ya estoy llegando,
mi amor.

A veces,
toma el camino más largo
por la calle más luminosa
y con más gente
y se coge del brazo
de cualquier desconocida
al mirarse cómplices,
hasta que se separan
y no se vuelven a ver.

Y por fin, en algún momento,
llega a su portal
Penélope
suspira
y piensa en el día
en el que
no tenga
que inventarse
cuentos
sobre su novio,
mete la llave en la cerradura
le da tres vueltas
que suenan como tres
cañones
y tras un crujido
de bienvenida
la puerta se abre
y solo entonces
respira,
deja las llaves en la bandeja,
se quita la ropa
y la va dejando
como un reguero
como migas de pan
para encontrar el camino de vuelta,
se deshace la coleta,
levanta las mantas
y sigilosamente
se cuela bajo ellas,
le da un beso
a Olivia
y por fin
cierra los ojos:
otro día.

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