sábado, 19 de diciembre de 2015

Poesía blanca del váter.

Orgasmo y silencio.
El rollo de papel ligeramente inclinado,
su rugoso patrón deslizante.
Y el váter, ahí callado, observante,
bañado por luz intermitente del sol.
¿Por qué nadie se fija en el váter?
Un lago de cristal encerrado en loza.
El retrete blanco, blanco retrete,
allí en su esquina, callado.
Testigo visual y táctil de las carnes,
las nalgas extrañas.
Brilla el metal de las bisagras.
La ciudad es ciega a los baños.
La ciudad cierra sus ojos
a la intimidad y escatología.
¡Qué asco!
Que nadie tiene culo,
que nadie tiene mierda.
Y ahí, el váter,
el único que afronta la realidad humana.
El objeto despreciado,
invisibilizado,
desprovisto de belleza.
Hemos olvidado la miseria humana.
El vómito en los baños.
El olor a orina.
Las duchas frías y calientes.
Las lágrimas que se esconden en el baño.
Los sumideros, el silencio, la contaminación.
Los conductos que unen los rectos,
la mierda compartida,
las aguas negras.
Hemos olvidado la miseria,
las historias de servicios públicos,
Hemos olvidado nuestra humanidad,
ese acto de expulsar mierda que es nuestra vida.
El acto colectivo de cagar que es la sociedad.
El váter me lo recuerda.
Me grita, en su silencio blanco:
¡Eres humano!
Y afronto mi responsabilidad
de la mierda que dejaré a mi paso.
De todos los servicios públicos
que atascaré con mi bilis, con mi drama, mi miseria, mi fragilidad, mi egoísmo, mi olvido.
Lo afronto. Lo afronto.
Afronto mi mierda.
Y os digo: mi mierda atascará el desagüe.
Mis palabras son mi mierda.
Y esta mierda (d)huele.



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