viernes, 24 de abril de 2015

La caza de la rara avis

Éramos más extraños que el paraíso,
o eso creíamos.

Lo pienso, lo pienso y no me acuerdo
de cuánto tiempo duró la caza
de la rara avis.

Una tarde.
Estaba volando sobre líneas discontinuas.
El ave, una pluma, que se posa,
en la catenaria,
en una línea (de alta tensión).
Circuito abierto.
Una cigüeña, negra, que anida
en un pararrayos.
Ibis, flamencos, cisnes,
cruzando un paso de cebra.
Corrimos, migramos, huimos,
nos lanzamos a una carretera,
a los trenes sin parada,
nos aproximamos al borde del andén,
cruzamos las vías.
Regurgitamos las migas
con las que nos alimentaron
los viejos de los parques.

¿Y ahora qué?
Cazamos la rara avis.
Nos la comimos.
Y ahora vuelve el hambre.
Nos despiertan las gallinas
por las mañanas,
picotean nuestras camas,
nuestras legañas.
Y abarrotan las calles,
y abaratan los silencios
y las soledades.
¿Quiénes somos?

Corremos, migramos, huimos.
El paraíso es más extraño
que nosotros.

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