martes, 7 de abril de 2015

Crepúsculo civil.

Las luces de la ciudad
se encienden.
Columnas de humo,
naranjas,
ascienden
sobre los altos hornos.
Altos.
Cerca, una carretera.
Línea discontinua y asfalto.
Música en un coche.
Uñas pintadas, rojas,
contra el vidrio.
Túneles bajo el monte.
Fronteras.
Y en las aceras, los peatones
se paran.
Y disparan.
Contra las nubes.
Siembran y arrancan: nubes.
Los transeúntes desfilan,
perdidos en una trinchera.
No hay horizonte.
Solo un cielo escalado.
¿Hacia dónde marchar,
en el crepúsculo,
si el acero lo esconde?
Transhumancia bajo infinitos soles.
Nómadas en los vehículos.
Tome la segunda salida en la rotonda.
Gire a la derecha a 200 metros.
Ha llegado a su destino.
Aquí estamos.
Tomando el sol bajo una farola.
Frío de LED.
Y mientras, cerca de un peñón
los pescadores al acecho
del último pez, del último rayo.
Las aves marchan hacia el horizonte
que huyó de este párking.
Crepúsculo civil, tan frío.
Se enciende otra farola, lejos.
Un mechero que no quema.
Un cigarro que humea.
Y la noche que cae sobre la capota.
Y la luna: nueva.



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